FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«Cuando la fortuna te sonríe al llevar a cabo algo tan violento y terrible como una venganza, es una prueba irrefutable no sólo de que Dios existe, sino de que estás cumpliendo su voluntad»
La novia, Kill Bill I
Nos tirotearon a placer. Se turnaron para darnos una paliza indigna de nuestra leyenda, nos atizaron como a niños indefensos. Nos dispararon en la cabeza a quemarropa. Nos remataron con un escopetazo en el pecho, nos ataron, nos metieron en un ataúd, y nos enterraron un buen par de metros bajo tierra. Todo eso, en el noble y hermoso lenguaje del fútbol, nos hizo el PSG en la ida. Todo eso para certificar nuestra muerte.
En la oscuridad, la desesperación, las lágrimas y el bidón de gasolina. Que no falte el demócrata del «hay que vender a Messi». El horror. Pero en algún momento, alguien se acordó de que quedaba un partido y de que iba a jugarlo el Barça, este Barça, cien veces más Barça que el de Pichi, que el de Stoichkov. Un Barça tan grande que lo quieren Maldini, y Owen, y Lineker y Ferdinand, y el bueno del entrenador del Borussia. Un Barça inmortal, al que sólo le faltaba una cosa para encender el puro junto al Brasil de Pelé, Garrincha y compañía.
Faltaba algo y era esto.
El Barça no sobrevivió anoche: el Barça resucitó. Porque a un muerto no se le puede pedir que perviva ni que te invite a un cubata, pero sí le puedes decir que agite un pie, que mueva una ceja. El Barça hizo rejuvenecer tres décadas a Manel, de 88 años, que recordaba, en lo más recóndito de su cerebro, que una vez vio al Barça de Kubala levantar una eliminatoria de Copa ente el Atlhetic después de haber perdido 0-3 en la ida y después de haber encajado nada más comenzar la vuelta. El Barça le dio anoche una alegría para toda la vida a Miquel, medio siglo de culer, convaleciente después de haber sido operado de un tumor. Todos en el bar, todos creyentes, poco o mucho, en el milagro que nadie vio jamás.
El Barça, con siete disparos a puerta y tres en contra, con parecida proporción de ocasiones claras, firmó una página de la que se hablará cuando no queden en el planeta lectores de blojs. ¿Fue justo el resultado? Vean a un gato morir en la naturaleza o a un león devorar a una gacela. Vean a Terry resbalar, o un puto volcán islandés entrar en erupción justo para torcer el destino del mejor Barça de Guardiola. No, seguramente no lo fue, pero la justicia vive muy lejos del cuadrilátero demencial del fútbol.
Y por eso, en un final de locura, Neymar se encaramó al cetro mundial del balón, el fútbol nos devolvió lo que nos debía y Sergi Roberto abrazó, en una dimensión paralela, a Bakero, a Rivaldo, a aquel Iniesta. Una vez más, ejercimos de cazafantasmas del maldito jeque, ese ser que no comprende que viviría más feliz dejando que un halcón se le cagara en el puño los días impares, y una vez más le hicimos un retrato para la eternidad a un bandófilo; una vez más proclamamos que somos el pueblo elegido entre otras razones porque amamos el balón más que nadie, porque creemos, porque atraemos a los mejores y porque logramos que los rivales firmen un 1-5 el día antes de jugar.
Y uno podría preguntarse: ¿Qué cara teníamos después de resucitar?
Les seremos sinceros. Nuestra cara no era la de quien se ha vengado. Nuestra gesta no fue un asunto de muerte, sino un canto a la vida. Si quieren venganza, esperen. Si buscan a una rata bien gorda, paciencia. En algún lugar está Bill y ayer recibió nuestra llamada.
¿Qué cara teníamos después de resucitar, decíamos?
Ésta cara. Este póster, en el que falta Neymar, pero que retrata mejor que ningún otro hito de la iconografía moderna por qué viviremos hasta los 170, y cómo fue nuestro paseo por el absurdo, por la felicidad y por el fin del mundo.
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